” Todo el universo está creado gracias a una interdependencia de energías, que se alimentan y regeneran entre ellas. “
por Mabel Iam
Según el físico Albert Einstein, la energía de la masa es el pro- ducto de la misma por la velocidad de la luz elevada al cua- drado. Entonces, si la materia es luz, nuestro cuerpo lo es; todo ser es fuente de luz. Nuestras emociones y pensamientos son energía. Dependerá de nuestra propia conciencia evaluar, administrar y trasformar los pensamientos y las emociones negativa o vibraciones bajas para convertirlos en luz.
A las personas que entregan su luz, a través de acciones, pensamientos y emociones, como el amor, la paz, la sabiduría, la sinceridad, los defino como “porta-dadores” de luz. Si una persona no entrega su energía, irá convirtiéndose en vampiro, en una especie de “chupasangre” energético.
Cuando la energía no se recicla, aunque sea en pequeños actos de entrega a los demás, comenzamos el proceso de cristalización de la misma y de su flujo natural. Esto provoca la desconexión o el corte de la comunicación, la fluidez y la manifestación de la totalidad del universo.
Por ello, el vampirismo es una de las más graves enfermedades que podemos padecer. Dentro del Cosmos, el ser humano es una célula funcional, inserta en un sistema organizado, con leyes y fuerzas interdependientes. Un ser humano bloqueado puede causar desequilibrio en el mundo; un ser humano abierto, brindando energía positiva, puede cambiar el planeta.
El vampiro interno es el resultado de la energía tóxica negada que todos poseemos, cuando se recrea la ilusión de estar separados y desconectados del Cosmos. Esta idea es recreada por nuestra mente y así, el ser humano se va separando mentalmente del resto de la totalidad de la vida.
Quiero compartir una imagen que gráfica con claridad la importancia de estar alineados eternamente con la totalidad. Es el ejemplo de un piloto de avión, quien se aleja, pero continúa comunicándose con la torre de control del aeropuerto original, hasta que debe aterrizar en el punto de llegada. A partir de ese momento, comienza a ser guiado por la torre de control del lugar de destino. De repente, ese piloto, ya sea por un pensamiento equivocado, por una emoción confusa, por una sensación extraña, o simplemente por su propia voluntad, decide elegir el camino, ignorar las instrucciones, y dejar de aplicar las leyes de vuelo. Sin embargo, no podrá volar desconectado de la estación a la que se dirige o de dónde provino. Él decide desconectarse de ambas torres de control, que son las indicadas para dirigirlo por la ruta más apropiada y evitar conflictos, personas heridas y otros inconvenientes. Con esta acción, no sólo no registra las indicaciones correctas sino que pierde el rumbo, sin encontrar una ruta de referencia. El resultado puede ser dramático.
“Nuestra función en la tierra es igual a la del sol: iluminar y expresar nuestra luz”
Este ejemplo nos sirve para explicar la manera en que el ser humano, al no escuchar las instrucciones reales de su verdadero ser, se deja condicionar por sus emociones negativas o por los mecanismos mentales que nublan su mente. El ser humano tiende a olvidarse de sus reales valores, que residen en su núcleo interno, como célula de todo organismo vital, registro del conocimiento original de la energía esencial que rige al organismo universal.
Ese conocimiento contiene los principios y valores, que son la ruta exacta y la guía más perfecta para nuestra existencia sin sufrimiento. Sin embargo ¿cuántos pilotos lo olvidan y vuelan a la deriva, arriesgando su propia vida y la de los demás?
Nuestra función en la tierra es igual a la del sol: iluminar y expresar nuestra luz. Para cumplir con nuestra función vital y total, tenemos que abrir nuestros bloqueos, hacer
conscientes nuestras zonas oscuras, y liberarnos del sufrimiento, porque éste no sirve para crecer. El dolor está relacionado con la creencia de ser nosotros el centro de la vida y del universo, y pensar que todo lo creado existe por nuestra pequeña y caprichosa voluntad.
Esta confusión es común en las personas emocionalmente infantiles, que creen ser dueñas absolutas de la verdad, y se convierten en víctimas del propio mundo que imaginaron. Para ellas, lo más complicado es comprender que el sufrimiento se produce por la falta de libertad para darnos amor a nosotros mismos y a los demás.
El hecho de abrirnos con sinceridad ya es una oportunidad que podemos ejercer, todos los días, como una forma de de- volver a la vida lo que nos da. Es importante comprender que el amor no se pierde porque es una ley de la energía natural, integradora de la vida del universo. La energía no desparece; se trasforma. Como todo está regido por esta ley, nadie tiene el título de la propiedad intelectual ni afectiva del amor.
Este ejemplo nos sirve para explicar la manera en que el ser humano, al no escuchar las instrucciones reales de su verdadero ser, se deja condicionar por sus emociones negativas o por los mecanismos mentales que nublan su mente. El ser humano tiende a olvidarse de sus reales valores, que residen en su núcleo interno, como célula de todo organismo vital, registro del conocimiento original de la energía esencial que rige al organismo universal.
Ese conocimiento contiene los principios y valores, que son la ruta exacta y la guía más perfecta para nuestra existencia sin sufrimiento. Sin embargo ¿cuántos pilotos lo olvidan y vuelan a la deriva, arriesgando su propia vida y la de los demás?
El sufrimiento es un mecanismo compulsivo, que fija nuestra energía en lo negativo e ilusorio; es la parte vampira, que observa e interpreta los hechos en término de posesión y pérdida.
Otra ley de la energía es el principio de los cambios. La energía fue creada y no puede ser destruida, sólo se transforma. Para comprender estos principios, tenemos que liberarnos de las barreras de nuestro ego, que no nos permiten aceptar estas realidades profundas. Queremos conservar el cuerpo y lo que creemos poseer, en el estado rígido en que lo interpreta nuestra mente, como en la novela del conde Drácula, quien busca la in- mortalidad de su cuerpo, tomando la energía de las víctimas, intoxicando su ilusoria vida y la de aquellos a quienes ataca. La inmortalidad es inherente a la energía o espíritu, que le da vida creando y recreando la materia, más allá de la muerte.